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martes, 21 de febrero de 2012

Primer Acto

Durante cinco días a la semana dedico 10 de las 24 horas que me brinda el día a la empresa para la cual trabajo y que a cambio me suministra recursos económicos para poder abastecerme de los artículos que vea apropiados (algunos de ellos también son guiados por la propia empresa, ya que al menos he de cumplir ciertos requisitos mínimos de vestimenta). A esas horas, hemos de sumar el tiempo que, aunque la empresa no considere dedicado a ella, es destinado a la llegada a mi puesto de trabajo. Y dado que no se me facilita un hogar cercano a dicho puesto, ni tampoco me lo puedo permitir con los recursos que me suministran, el tiempo empleado en ello varía según el medio de transporte, yendo desde aproximadamente 30 minutos en vehículo particular (acarreando costes económicos y ambientales), a 35 minutos en transporte público (en este caso habríamos que sumar el tiempo de llegada desde mi vivienda hasta el emplazamiento de recogida de dicho transporte, y el posterior desde donde me deja el transporte hasta donde se ubica mi puesto, que suman aproximadamente 20 o 25 minutos). No contabilizaré el tiempo de aseo personal previo a la salida del hogar y con destino al puesto de trabajo, ya que por lo general ese aseo es algo que se hace de forma común, tanto en la vida profesional como personal. Aún así, obtenemos que el tiempo diario dedicado a la empresa oscila entre 11 y 12 horas. Puesto que el tiempo de descanso diario aconsejado es de 8 horas, y al menos debemos hacer una ingesta de alimentos más además de las realizadas durante la mañana (desayuno) y la tarde (almuerzo), podemos calcular que el tiempo "no disfrutado" va desde 19 horas y media, hasta 21 horas (dependiendo el tiempo que dediquemos a la última comida diaria, tomando como variación entre 30 minutos y 1 hora tanto para su elaboración, como para su ingesta). Ya que la ropa a utilizar no se lava sola, la comida no aparece de la nada en mi casa, y se hacen necesarias unas mínimas condiciones de limpieza en el hogar, obtenemos que en el día a día es complicado que uno saque algo de tiempo para su "esparcimiento personal" (ya sea en forma de cultura, como leer, escribir, ver cine, ir al teatro, visitar galerías, museos, ... en forma de ejercicio físico, o en forma de socialización, como relacionarse con amigos y/o familiares, ... etc.). Todo esto, por supuesto, sin tener en cuenta la posibilidad de gozar de una relación de pareja y/o tener descendientes o personas a tu cargo a los que atender y educar.
 
De ello concluyo, que una vida a la que hemos llegado a considerar "normal", si bien no llega a los términos de "esclavismo" que por desgracia hemos vivido a lo largo de la historia (y que aún sigue vigente en algunos países de forma disimulada), desde luego no podemos catalogarla como "civilizada", considerando dicho adjetivo como sinónimo de progreso, y únicamente pudiendo utilizar dicho término con el concepto que mantenía Rousseau, en el que la civilización conllevaba la degradación. Una sociedad en la que la mayor parte de sus integrantes apenas tiene recursos para, no ya vivir, si no sobrevivir; una sociedad en la que cualquiera que tiene un trabajo es considerado (y él mismo se considera) un privilegiado a pesar de que no pueda dedicar tiempo a ninguna de las actividades que quisiera (o debiera), desde la "socialización" entre sus iguales y vecinos, hasta la dedicación a sus descendientes y progenitores; una sociedad en la que el objetivo individual prima sobre el general, y que dicho objetivo individual no es más que el acumular recursos económicos sin límite (la fortuna de las 358 personas más ricas del mundo es superior al INGRESO ANUAL del 45% de los habitantes más pobres, algo así como 2 mil 600 millones de personas)una sociedad en la que nos es suficiente no ya con vivir de forma digna, si no que aunque sea de forma indigna, el de al lado esté peor; una sociedad así, solo puede ser catalogada como enferma. Una sociedad enajenada, que nos hace vivir en la ilusión de que "todo va bien", o cuando menos, "no va mal". En la que dejamos las soluciones en manos de personas que llevan años no solo no paliando la enfermedad, si no que la extienden, la cultivan. Y nos da igual. O bien sentimos que nuestra vida va tan a la deriva que hemos perdido toda esperanza, o bien no tenemos tiempo de plantearnos nada de lo que pasa, de lo que nos rodea, y tan solo somos capaces de decir: "la cosa está mal, pero al menos tengo trabajo... virgencita, virgencita, que me quede como estoy". Pero incluso a mí, privilegiado empleado, me afecta la situación. No quiero vivir en un mundo en el que no pueda disfrutar de mis amigos, de mi familia, de mi pareja, de mis hijos e hijas. No quiero vivir en un mundo en el que mientras unos pocos somos explotados y vemos recortados nuestros derechos (humanos, civiles, ...), la gran mayoría del mundo jamás ha tenido siquiera dichos derechos, y mueren de hambre y abandono. No quiero vivir en un mundo en el que el dinero vale más que las personas, porque ni mi familia, ni mis amigos, ni mi pareja, ni mis hijos e hijas (ni cualquier otra persona), podrían ser comparados (mucho menos comprados) con dinero, sea cual sea la cantidad. No, me niego a pensar que "todo el mundo tiene un precio". Y no, no quiero que paren el mundo para poder bajarme. Me gusta este mundo, me gustan las personas que habitan en él, sus culturas, sus diferencias y sus similitudes, me gustan los paisajes, las puestas de sol, las noches repletas de estrellas, e incluso me gusta trabajar y sentirme útil para la sociedad. Lo que no me gusta es ver cómo millones de personas trabajamos para que solo unos pocos hagan y deshagan a su antojo, mientras miles de millones mueren en la desesperación.

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